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martes, 31 de mayo de 2016

LOS PADRES HELICÓPTEROS: EDUCANDO ENTRE ALGODONES


Los padres helicópteros o hiperpadres son una generación de padres de clase media que han sucumbido a la obsesión de ser los “mejores padres”. Progenitores con una idea de vida cuyo eje son sus hijos, sobrevolando sin descanso en sus vidas con un concepto deformado de sobre-protección, en el que depositan todas sus frustraciones, eso sí, en un entorno de “colegueo” padre-hijo.

Su principal objetivo consiste en ofrecer al niño “todo lo que se pueda”, con el anhelo de que esto marcará la diferencia en el futuro con el resto o lo que es peor, tratando de "vivir sus vidas". Y lo hacen llenando de actividades el día a día de sus hijos (música, pintura, danza, deportes, etc.), interviniendo activamente y animándoles compulsivamente para que destaquen por encima de los demás en todo lo que hagan. 

Los padres, en su ideal de padre perfecto-hijo perfecto, hunden a sus hijos en un ambiente estresante, impropio para su edad, impidiéndoles ser autónomos o capaces de resolver problemas por sí mismos, de tomar decisiones, de asumir responsabilidades o de ser independientes. Lo que los hiper-padres consiguen es justamente lo opuesto a lo que desean.

Principales síntomas
  • Cargan con las mochilas de sus hijos en cuanto salen del colegio
  • Hablan en plural cuando se refieren a las cosas de sus hijos (“hoy tenemos jugamos contra los del otro colegio”)
  • Están obsesionados con ofrecerles y que reciban la mejor educación (a poder ser, precozmente y antes que nadie) en el mejor colegio o universidad, nacional o extranjera.
  • Discuten constantemente las decisiones de maestros y entrenadores, siempre en defensa de su hijo porque el resto del mundo no ve sus capacidades y posibilidades, hasta el punto de que en ocasiones el enfrentamiento con aquellos llega a las manos.
  • Programan numerosas actividades extraescolares y extrainfantiles.
  • No permiten que sus hijos participen en las tareas de la casa ni asuman obligaciones básicas como hacerse la cama o poner la mesa.
  • Organizan hasta el último detalle de las vidas de sus hijos y no les dan opciones para valerse por sí mismos. 
Padres mayordomos 

Son padres que ejercen de chóferes, entrenadores, guardaespaldas, profesores particulares, cocineros y mayordomos... en resumen: angustiados, que acaban criando hijos agobiados, que crecen incapacitados por exceso de protección. 

Quieren cuerpos perfectos, trabajos perfectos, coches y casas perfectos e hijos perfectos, para completar su ideal de vida "perfecta".

Además, les añaden la celeridad propia del estilo de vida que se nos impone irracionalmente y que transmitimos a nuestros hijos con ese insoportable “¡deprisa!” que hace que toda esta falta de tiempo y de espacio para 'ser', se traslade a un infinito “hacer”.

Así, generan en sus hijos carencias emocionales, comunicacionales y relacionales, que les imposibilitan desenvolverse con otros, sintiéndose débiles, atemorizados y desconfiados.

La conclusión es que están criando la generación más frágil e insegura de la historia.

Cómo enderezar el rumbo

A pesar de la sin razón, el problema tiene solución: underparenting, o, en otras palabras, relajarse, confiar en los hijos, dejarlos más a su aire, hacerles menos caso. ¿Y cómo se hace eso? 

No gravitar por sistema alrededor de sus cosas. Parece obvio, pero si les enseñamos la necesidad de que carguen ellos con su mochila, discerniremos que es una forma efectiva de educarles en la responsabilidad.

No permitir a los niños interrumpir las conversaciones, y que no les preguntemos sistemáticamente todo (desde qué quiere comer o qué ropa comprar hasta qué medicamento prefiere tomarse para la fiebre). 

La ruta a seguir se define como "sana desatención", sin anticipar todo tipo de contratiempos ni pasarse el día alrededor de los niños para intervenir a la mínima de cambio. 

No hablar en plural o no pasarse el día colgando fotos de los hijos en las redes sociales. Esta locura, no solo esta consiguiendo matar la espontaneidad infantil, sino también crear pequeños narcisos.

Otro aspecto importante es el de la educación. La educación no consiste solamente en adquirir títulos. Que nuestro hijo o hija sean capaces de dar las gracias y de encajar una frustración es también parte fundamental de su formación. Es importante, además, no interferir demasiado en las decisiones del colegio e intentar que el niño aprenda a asumir sus propios errores.
Muchos padres se obsesionan por la seguridad de nuestros hijos: les niegan permisos para salir a entornos no controlados o practicar actividades "peligrosas", temen mucho que sus hijos se queden "atrás" en la competencia por alcanzar el éxito. 

Desde el embarazo, someten a sus bebés nonatos a sesiones de música clásica para incrementar su inteligencia mientras los inscriben en las mejores escuelas preescolares, los llevan a clases de estimulación temprana cuando tienen dos o tres meses de edad y para cuando estos niños se "gradúan" del jardín de niños, ya han asistido a clases de baile, de arte y de idiomas, ya son miembros de equipos infantiles o participan en competencias académicas.

Durante los años escolares el fenómeno se agudiza. Muchos niños tienen la agenda de actividades más llena que cualquier ejecutivo: clases de violín, ballet e idiomas, club de futbol o de baloncesto, club de ciencias o de proyectos ecológicos, etc. Además, asisten a la mejor escuela que sus padres pueden sufragar. Los niños no pueden salir a jugar al jardín sin supervisión, no van solos a ningún lado, pues el entorno está plagado de peligros, y a la vez, no se les permite jugar lo que ellos decidan ni cómo quieren, sino que han de hacerlo en entornos controlados. Nada de peleas, ni aburrimientos.

Así, por un lado, niños muy protegidos, que no juegan ni trepan árboles, que viajan en coche todo el tiempo, resultan en niños con sobrepeso y problemas de salud, y por el otro, niños forzados a ser súper atletas, sufren lesiones y ansiedad que antes eran propias de los jugadores adultos. Y por supuesto, su rendimiento debe ser máximo. 

En todo momento, estos niños están siendo presionados para ser los mejores estudiantes, los mejores atletas, los mejores artistas. Han de entrar a las mejores universidades, han de obtener los mejores empleos.

La situación es tan extrema, que muchos de estos padres llegan a las universidades con sus hijos, para verificar que estén bien colocados, si la carrera es la que les conviene, si la universidad les otorga facilidades de comunicación e influencia. Y hay padres que están llegando a las entrevistas de trabajo de sus hijos, negocian salarios y condiciones de empleo y hasta decoran la oficina.

Bajo presión: si tu hijo no es una mega estrella, ¿eres un fracaso?

Este fenómeno es una realidad que está produciendo depresión y estrés en niños y padres. Hoy, los niños no disfrutan siendo niños, ni los padres disfrutan siendo padres. Estos últimos pierden el enfoque en sí mismos, porque se pasan la vida en torno a las supuestas necesidades de sus hijos. Es frecuente en los países desarrollados, pero ya ha llegado también a otros países emergentes y en vías de desarrollo, porque es un fenómeno propio de las clases medias, no de los países.

Se necesita un "stop". Los hiper-padres, en su mejor intención, están saboteando las auténticas posibilidades de desarrollo de sus hijos, cuando no es necesario hacer tanto. Lo importante es que nuestro hijo crezca sano y feliz, y que el padre se permita disfrutar de sus pequeños logros, los que por su cuenta se labra. Necesita disciplina positiva, comprensión, no un estricto manual de instrucciones. Necesita ser niño y nosotros necesitamos saber ser padres.

Relájate, sin miedo 

Pero ¿qué es lo que nos impide soltar a nuestros hijos de la mano? ¿por qué los sobreprotegemos hasta rozar muchas veces el ridículo? 

Pues algo tan humano como el miedo. Miedo a equivocarnos. A decirles "no". A traumatizarlos. A darles todo lo que consideramos que se merecen. A conseguir que sean felices. A que no sufran. Incluso a conseguir esos hijos perfectos que parece que hoy, todos hemos de tener. 

La receta para superarlo es relajarse, y disfrutar de ser padres, para que también ellos disfruten de ser hijos. Seamos afectuosos con nuestros hijos, estar con ellos cuando lo necesiten pero no encima de ellos todo el día. 

No ponernos nerviosos porque el hijo del vecino esté aprendiendo chino en un colegio internacional. 

Hay que decir no, exigirles que colaboren y también decirles que les queremos, pero que ello no equivale a que tengan una serie de derechos adquiridos, ni sobre nosotros ni sobre el resto del mundo.