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miércoles, 28 de agosto de 2013

CRÍA CUERVOS







Desde hace un tiempo, viene produciéndose un aumento significativo del número de agresiones de los hijos hacia sus padres.

Los protagonistas de este fenómeno antinatural, fundamentalmente, son varones adolescentes (3 chicas por cada 10 casos) y, suelen ser de entre 12 y 18 años, (especialmente entre 15 y 17 años) y se da más en familias de clase media y/o alta, es decir, en un entorno claramente favorable desde el punto de vista económico, cultural y educativo.

El tipo de violencia puede ser tanto física como psicológica, desde desplantes o amenazas hasta los insultos, las vejaciones y las agresiones físicas de distinta intensidad.
ü  Las agresiones de los chicos tienen un carácter físico, son más “primarias”, más brutales, llegando a extremos más intensos de violencia física.
ü Las agresiones de las chicas tiene un carácter psicológico más “refinado”, son más escasas y van hacia lo mental y a hacia los sentimientos, y en muchas ocasiones, llegan a afectar seriamente al equilibrio psíquico de los padres.
Las principales víctimas de estas agresiones son las madres debido a una mayor debilidad, más tiempo de contacto de la madre que del padre con los hijos.

Fases del conflicto: En general, los padres aguantan “hasta el final” la violencia generada por los hijos hacia ellos: Al principio, se piensa, equivocadamente, que se trata de un comportamiento normal, motivado por la edad del niño y por sus procesos de afirmación de la personalidad. 
Más adelante, cuando esta violencia se materializa en agresiones que por su intensidad, tipología o continuidad es insoportable y dañina, se cree que es un tema estrictamente de la familia y que en ella debe ser resuelto por el temor de los padres a exponer su fracaso como tales.

Y finalmente, surge la impotencia paterna de pensar que no existen soluciones a la situación, salvo la denuncia ante el juez.



Los tipos de agresores no son excluyentes entre sí, sino que rasgos de todos ellos pueden darse a la vez:




1. tiránicos (hedonistas-nihilistas): constituyen el grupo más amplio de agresores. El incumplimiento de sus exigencias supone el inicio de un altercado que acaba en agresión. En síntesis y literalmente, hacen lo que quieren.

ü  Buscan satisfacción del propio interés, independientemente de cuál sea y de las vías para conseguirlo. "Primero yo y luego yo". Llegan a considerar el domicilio paterno (en el que se encuentran) como un alojamiento con todas las ventajas y ninguna exigencia que cumplir. Utilizan la casa como hotel (los fines de semana los pasan fuera), entienden que la obligación de los padres es alimentarles, lavarles la ropa, dejarles vivir y subvencionarles todas sus necesidades o mejor dicho demandas.

ü  Causan daño y/o molestia continuos.

ü  Utilizan la amenaza y/o agresión permanentes.

ü  Culpabilizan a otros y eluden responsabilidades. Educados en la autosatisfacción, la ausencia de responsabilidades y de exigencias, crecen con la idea de que ellos son “únicos” y llegan a no tener conciencia de la existencia de reglas morales que regulan la convivencia. Los demás son sólo un instrumento para la satisfacción de sus deseos y cuando se resisten a serlo, son un obstáculo con el que hay que enfrentarse e incluso acabar. Niegan que haya pautas de comportamiento exteriores a ellos o que recorten la primacía de lo individual. Culpan a otros de sus errores o acciones.

ü  No aceptan que haya otros puntos de vista o necesidades que cubrir que no sean las propias.

ü  Huyen de cualquier actividad educativa o formativa. Se levantan a las 13 horas, comen, descansan con una reparadora siesta y "a dar vueltas con los colegas".

ü  Se implican con grupo de iguales de conductas "poco aconsejables". Suelen coincidir con grupos formados por individuos con su mismo sistema de vida, “los colegas” y llegan a ser unos auténticos déspotas para con sus padres.


     2. patológicos: su agresividad surge es debida a una mala o incorrecta asimilación de las relaciones de amor-odio, materno-filiales, más allá de los celos edípicos. Pueden llegar a estar dominados por la dependencia de la droga, lo que les lleva a una creciente necesidad de dinero que debe ser satisfecha con la extorsión a los padres, el robo de los bienes familiares, etc.


3. adiestrados o con violencia aprendida: materializan el principio de que “la violencia engendra violencia”. 
Quien desde niño percibe que las situaciones de poder se basan en el uso de la violencia y de que ésta es el único camino para conseguir lo que quiere, no llega a tener conciencia de que hay otros procedimientos, y cuando su edad y su físico se lo permiten, se dedica a “imponer su ley” tal y como la han interiorizado.
En este caso, el hecho de que el padre agreda a la madre ante el hijo pequeño, o que el padre o la madre maltraten porque antes sufrieron maltrato son circunstancias que hacen que el niño interiorice el uso de la violencia contra los padres como instrumento eficaz y procedimiento de “diálogo”. 
A esto también contribuye el hecho de que haya padres que en situaciones de pérdida de equilibrio exterioricen conductas violentas.

Características comunes. A grandes rasgos, podemos encontrar coincidencias en los perfiles anteriormente descritos:
  • desajustes familiares.
  • desaparición real o metafórica del padre varón (dejación de sus funciones paternas o despreocupación en su desempeño).
  • conducta agresiva en edades cada vez más tempranas por desplantes, negaciones y actitudes violentas hacia los padres y los adultos.
  •  hijo único o varón único en el domicilio de los padres porque sus hermanos o hermanas más mayores ya no están. 
  •  ausencia de sentimiento de culpa. El agresor no niega su condición como tal o su participación en los hechos, pero la frialdad y el realismo con que los cuentan, sobrecoge.  No tienen conciencia de estar haciendo nada malo.

Las causas de estas conductas no son biológicas sino ambientales, y las principales son:
  • el rechazo de pautas y normas propuestas por los padres.
  • la oposición frontal hacia ellos.
  • la intención de incomodar y causar daño: por ejemplo, abandono de los estudios, marcharse de casa o permanecer en ella con una actitud al margen de la vida colectiva y familiar que en ella se desarrolla...
Y tienen unos factores muy específicos: los hijos crecen en un entorno donde nadie pone coto a sus apetencias y les delimita los márgenes de lo permitido. Es decir, los padres no saben decir que “NO”.  

1. Sociales: vivimos en una sociedad excesivamente permisiva donde parece que no tiene que haber normas y que todo debe estar permitido en favor de una libertad que no quiere saber de responsabilidades. 
Esta permisividad, que lleva a la satisfacción de todos los deseos independientemente de cuáles sean, crea en los niños el convencimiento de que todos sus deseos deben cumplirse y cuando no hay que rebelarse violentamente contra quienes les ponen coto, los padres. 


Se tiende a delegar la tarea educativa al mundo del ocio, cuando lo que hay que hacer es compartir ese ocio del hijo. Dejamos que el televisor, los vídeo-juegos o los móviles “se encarguen” de vigilar y mantener entretenidos a los hijos como único recurso de los padres y que éstos no compartan con sus hijos una actividad y/o diálogo activos y creativos. Esta delegación es más frecuente en hogares fragmentados.


2. Pedagógicos: En muchos casos,  la  inmadurez personal de los padres impide el desarrollo de sus responsabilidades educativas. A ello se une la falta de implicación y responsabilidad en el crecimiento de los hijos, el no compartir el tiempo con ellos con la excusa de que no se tiene tiempo o se está excesivamente cansado o alterado por las exigencias profesionales y el no ponerle límites al hijo, porque creemos que “la represión puede crearle traumas” o porque tenemos miedo a no saber cómo hacerlo.

3. Permisivos: No corregir desde el principio las conductas agresivas de los hijos, reírse de ellas como si fuesen una “gracia” del niño, cosa que en ocasiones hacen los padres y adultos, refuerzan su conducta violenta, pues es errónea aunque tal vez no conscientemente “premiada”. Los niños a quienes los padres no han puesto límites se convierten en niños malcriados en la primera infancia, pues son incapaces de controlarse y de entender la existencia de los demás con lo que esta existencia tiene de restrictivo para los deseos y acciones propias.  

Son “pequeños dictadores”. Al admitir las cóleras y las pataletas del niño, éstas se convierten en su forma predilecta de expresión, pues al ver que causan incomodidad en los padres son entendidas por el niño como un “arma” muy efectiva. 
Admitirlas generan discusiones en las que pretenda la satisfacción de sus deseos, o plantean desafíos: no cumplir sus obligaciones, molestar deliberadamente, acusar a los hermanos, amigos, a la madre ante el padre o al padre ante la madre, mostrarse muy susceptible o fácilmente irritable, y muy obstinado, rencoroso o vengativo. 



El origen de la violencia de los hijos contra los padres en la actualidad está en: 
  •  la falta de valoración y de respeto a los demás.
  •  una cultura del ocio poco creativa .
  • el habitual y excesivo consumo de alcohol y/o de drogas
  • la ausencia de conversaciones entre padres e hijos.
  • la pérdida de límites y de noción de autoridad de muchos menores.
  • la primacía del máximo hedonismo como meta vital inmediata.
  • la violencia general del contexto social.


Algunas soluciones para evitar o paliar, en la medida de lo posible, estas conductas:


1. Disciplina. Los padres tienen que aprender a decir “no” al hijo, sin crispaciones, sin violencias, de un modo natural cuando la negativa sea justificada y necesaria, sin temor a que esta negativa provoque en el niño reacciones negativas en el presente o en el futuro. La permisividad no es educativa, el inculcar pautas y pequeñas rutinas de comportamiento pone los cimientos de una vida futura en la que nuestro hijo sea capaz de asumir sus propias decisiones. 

2. Coherencia. Los padres deben tener y mantener siempre el mismo criterio, que debe ser consistente (el “sí” es “sí” y el “no” es “no”), debe tener continuidad y permanencia (para no crear confusiones en nuestro hijo). Es importante que no haya fisuras entre padre y madre a la hora de disciplinar o corregir. El "problema es de ambos".

3. Motivación. Además, los padres han de procurar motivarle para desviar su insaciabilidad estando con él, compartiendo sus juegos y sus deseos, para que así, se conviertan en deseos “de todos”.



4. Inserción social. La escuela debe utilizar procedimientos inclusivos. La exclusión por sistema del niño que molesta puede ser un procedimiento generador de violencia: del aula al pasillo, del pasillo al patio y del patio a la calle. MUY IMPORTANTE: NUNCA, pero nunca ver como solución enviarlos a un internado. Es un grave error: allí no solucionan el problema, sólo los mantienen, alimentan y no los reinsertan. Por propia experiencia, no a los internados: se juntan con otros chicos con peores contextos, no aprenden nada bueno y les brindamos la oportunidad de crear problemas aún más graves : malas compañías, drogas, embarazos no deseados, etc.

5. Amor. Los padres deben transmitir al hijo un afecto que éste sienta como un sentimiento vital cotidiano. Él lo devolverá de la misma forma. Es necesario que nuestro hijo sienta que le queremos, no sólo que nos vea como padres disciplinarios.

6. Delegación. Los padres no deben constituirse en paraguas protector del niño frente a quien tiene autoridad y trata de hacerla valer frente al niño o el adolescente (profesores, agentes de la autoridad...).

7. Responsabilidad. Los padres deben guiar al hijo a ser responsable de sus actos y decisiones a medida que va creciendo y por tanto, madurando. Es nuestra responsabilidad quererlos y disciplinarlos a la vez.

8. Empatía. Los demás existen, están con nosotros y por ello, los padres enseñar a sus hijos a ponerse en su lugar. De este modo, romperemos las tendencias individualistas e insolidarias de la sociedad actual y podremos inculcar el binomio esfuerzo-responsabilidad hacia lo colectivo.




“Una nueva generación de padres”

Somos la primera generación de padres decididos a no repetir con los hijos los mismos errores que pudieron haber cometido nuestros progenitores.

Y en el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, ahora somos los más dedicados y comprensivos, pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia.

Lo grave es que estamos lidiando con unos niños más “igualados", beligerantes y poderosos que nunca existieron.
Parece que en nuestro intento por ser los padres que quisimos tener, pasamos de un extremo al otro.


Por eso:

ü  Somos los últimos hijos regañados por nuestros padres y los primeros padres regañados por nuestros hijos.

ü  Los últimos que le tuvimos miedo a nuestros padres y los primeros que tememos a nuestros hijos.

ü  Los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos.

ü  Y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no nos respeten.

En la medida que el permisivismo ha reemplazado al autoritarismo, las relaciones familiares han cambiado radicalmente, para bien y para mal.

Antes se consideraban buenos padres a aquellos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto. Y buenos hijos a los niños que eran formales y veneraban a sus padres.

Pero, ahora que las fronteras jerárquicas entre nosotros y nuestros hijos se han ido desvaneciendo, hoy los buenos padres son aquellos que logran que sus hijos los amen, aunque no los respeten.

Y son los hijos quienes ahora esperan el respeto de sus padres, entendiendo por tal, que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias, sus formas de actuar y de vivir. Y que además les faciliten lo que necesitan para tal fin.

Los roles se han invertido, y ahora son los papás quienes tienen que complacer a sus hijos para ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado.

Esto explica el esfuerzo que hoy hacen tantos papás y mamás por ser los mejores amigos de sus hijos y parecerles “muy cool” a sus hijos. Nuestros hijos no son nuestros “colegas”, ni nosotros, los suyos. Es absolutamente necesaria la jerarquía natural dentro de la familia.
Se ha dicho que los extremos se tocan, y si el autoritarismo del pasado llenó a los hijos de temor hacia sus padres, la debilidad del presente los llena de miedo y menosprecio al vernos tan débiles y perdidos como ellos.

Los hijos necesitan percibir que, durante su niñez, estamos a la cabeza de sus vidas como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden contener y de guiarlos mientras no saben para dónde van. Si el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga.

Sólo una actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores, porque vamos por delante, liderándolos y no atrás, cargándolos y rendidos a su voluntad. Es así como evitaremos que las nuevas generaciones se ahoguen en el descontrol y hastío en el que se está hundiendo la sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros, ni destino.


Cita bíblica.

”Quien consiente a su hijo tendrá que vendarle las heridas,
a cada grito se le conmoverán las entrañas;
caballo no domado sale cerril,
hijo tolerado sale terco;
sé blando con tu hijo, y te hará temblar;
sigue sus caprichos, y lo sentirás;
...
No le des autoridad en la juventud
ni disimules sus locuras...”
Eclesiástico, 30,7.

Vídeo:





Bibliografía.

-Francesc Xavier Moreno Oliver Doctor en psicología. Profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona. -Miembro de la sección de psicología jurídica del COPC
-Chartier, J.P. et al ( 2000) Los padres mártires. Madrid. Ed. Javier de Vergara.
-Naouri, A. (2003) Padres permisivos, hijos tiranos. Barcelona. Ediciones B.
-Rodríguez, N. (2004) ¡Quién manda aquí!: Educar a los hijos con una disciplina coherente y efectiva.      Barcelona. Ed. Juventud.S.A.
-Javier Urra Portillo. Violencia de los hijos hacia los padres 

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