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jueves, 22 de agosto de 2013

EL ENFADO








Pasamos demasiado tiempo enfadados: con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestra pareja, con el trabajo, con la vida. Y el enfado es como una batería que se va cargando, cada vez coloca a las partes en posiciones más enfrentadas y hace nuestros esfuerzos más ineficaces. 



El enfado supone una negación de la realidad, que no nos gusta y que nos hiere. Y reaccionamos con rabia y con agresividad (si podemos, hacia fuera, y si no podemos exteriorizarla, hacia dentro). En cualquier caso, siempre que nos enfadamos, algo se altera dentro y reaccionamos atacando, en una actitud de defensa. El problema es que esa supuesta defensa, contra quien primero arremete es contra nosotros mismos, ya que se trata de una emoción con incidencia directa en nuestro estado físico y mental. 


Nos enfadamos contra lo que no aceptamos, según el nivel de nuestras exigencias y nuestras expectativas.  La frecuencia de nuestros enfados nos proporcionan una pista clara de nuestra capacidad de tolerancia y aceptación; asimismo, el objetivo de nuestros enfados identifica cuáles son las personas y situaciones en las que deseamos ejercer un mayor control.




El enfado va asociado a la autocompasión, la victimización y una idea de injusticia contra la que nos rebelamos.


Lo primero que tenemos que plantearnos es detectar las personas o situaciones con las que nos alteramos con más frecuencia.
Si la respuesta es "TODO" (el tráfico, el colegio de nuestros hijos, las manías de nuestra pareja, el carácter de nuestros hijos, el equipo de fútbol contrario, las "traiciones" de nuestros amigos o los recortes del gobierno), significará que necesitamos una buena dosis de reflexión y, probablemente, cierta ayuda externa (apoyo espiritual, libros de filosofía o auto-ayuda, técnicas de relajación o reuniones de matrimonios...) que nos posibiliten una perspectiva más abierta y nos aporten una buena dosis de amor para mirar y relacionarnos con el mundo que nos rodea.

Otra pista clara que nos presenta la frecuencia e intensidad de nuestros enfados tiene relación con el tamaño de nuestro ego. Cuanto más grande es nuestro ego, más inflado y gigante, más fácil es que cualquier acontecimiento lo perturbe. Cualquier movimiento exterior puede tocar nuestra sensible piel en carne viva. Un gesto de disgusto de alguien es considerado una ofensa (sin pensar que esa persona puede tener un millón de motivos presentes en su vida, aparte de nuestra mera presencia); una mirada puede resultar hiriente, todas las palabras, gestos o actitudes de nuestro entorno pueden entrar en confrontación con un ego demasiado hinchado al que todo le toca.

Debemos pensar en la importancia de "no tomarnos nada personalmente". Cada persona vive su vida como una película en la que ella es la protagonista y el resto son meros figurantes. Cada cual intenta resolver sus miedos, sus carencias  y sus pequeñas miserias lo mejor que puede, y sus reacciones ante el mundo y ante la vida tienen más que ver con eso (con sus miedos, frustraciones y, finalmente, con su propia búsqueda) que con nosotros, pobres figurantes que simplemente pasábamos por ahí.
No somos tan importantes, o tan gigantes, o tan presentes en la vida de todo el mundo como para que cualquier cosa que digan, miren, piensen o sientan tenga que ver precisamente con nosotros. Desde el momento en que comprendemos esto (que cada persona está en su propia búsqueda, afrontando unos problemas y unas limitaciones concretas en cada momento dado, y resolviéndolo lo mejor que puede) nos sentiremos menos afectados personalmente por las opiniones o actitudes ajenas. Y probablemente haremos uso de una paciencia más sincera, y sin esfuerzo, asentada en la comprensión y el amor.

"Controlar el enfado no es lo mismo que reprimirlo. Esto último lo hacemos cuando ya domina nuestra mente, aunque no lo reconozcamos. Pretendemos no estar enfadados y controlamos nuestras acciones, pero no el odio propiamente dicho".

·          Cuando reprimimos los sentimientos, las emociones o los pensamientos, no dejamos de sentirlos. Una amiga nos dice algo que nos molesta profundamente y callamos para evitar el conflicto. Reprimimos un impulso que podría conducirnos a una situación de conflicto que no deseamos, pero no lo controlamos, porque el sentimiento está ahí (nos molesta), y probablemente siga estando con más fuerza, calentándose como una olla a vapor conforme surgen reiteradamente situaciones similares que nos dolerán cada vez más y más, hasta que llega el momento del estallido. Momento que siempre llega, ya sea hacia fuera (con toda la larga lista de resentimientos archivados) o hacia dentro (con dolores de cabeza, insomnio, gastritis y alteraciones varias de la salud).

·          Cuando controlamos las situaciones, no existe represión ni dolor alguno. Podemos callar o podemos responder ante el supuesto "ataque" de nuestra amiga, pero no hay molestia ni dolor si simplemente comprendemos y aceptamos. Si no sentimos la herida, probablemente lo que digamos, con amor, no será hiriente. En ese momento en que realmente controlamos nuestra mente (nuestros pensamientos, nuestras emociones) no experimentamos dolor, y por lo tanto no hay nada que reprimir. Y consecuentemente, no hay motivo para el enfado.

El arte de "pensar mejor para vivir mejor" consiste en el arte de controlar nuestro pensamiento (y por consiguiente nuestras emociones) sin olvidar en ningún momento nuestro objetivo prioritario (ser felices, nuestra paz interior). Con la práctica acaba convirtiéndose en una actitud espontánea y sin esfuerzo. Y ya no hay nada que controlar. Ni mucho menos reprimir.

"Nuestra tarea en la vida es aprender a amar y para ello, debemos aprender primero a comprender y aceptar". No puedes amar al que tienes al lado, si no le comprendes y le aceptas, con lo bueno y lo malo.

El enfado es uno de los engaños más comunes y destructivos que nos afecta casi todos los días. Nos solemos enfadar cuándo no conseguimos lo que queremos o cuando nos tenemos que enfrentar con lo que no nos gusta. Existen innumerables situaciones en las que podemos enfadarnos con facilidad y las consecuencias son obvias: cuando nos enfadamos perdemos nuestra paz interior y felicidad y nos sentimos incómodos e inquietos, aumenta nuestro malestar, no podemos controlar nuestras emociones y se obstaculiza nuestro progreso espiritual. Perdemos el sentido común y no somos razonables. Incluso dañamos a quienes queremos ya sea física o verbalmente, con el deterioro que ello conlleva en nuestras relaciones.




 ¿Cómo podemos controlar el enfado?

  •      Recordando las consecuencias de enfadarse.
  •      Estando firmemente determinados a no enfadarnos.
  •      No culpar a las circunstancias externas o a los demás. de lo que nos afecta
  •    Aceptando a los demás tal y como sonsin juzgarlos, con lo que mejoraremos nuestras relaciones y controlaremos nuestras actitudes de enfado y crítica.
  •      Recordando todo lo bueno de los demás y superar la envidia.
  •      Teniendo paciencia que no resignación.
  •      Controlar el enfado no es reprimirlo.
  •      Expresa tus sentimientos de enfado de una forma asertiva, esto significa que puedas dejar en claro, respetuosamente y sin herir a los demás, qué es lo que te hace enfadar, cuáles son tus necesidades y qué conductas esperas de las personas de tu entorno. 
  •    Emplea métodos breves y sencillos para relajarte en el momento, como respirar profundamente, imaginar durante varios minutos escenas agradables y tranquilizadoras.
  •    Evita hacer generalizaciones o razonamientos determinantes del tipo “todo o nada”. Cuando estamos enfadados, este tipo de pensamientos pueden hacernos ver la situación, peor de lo que es. Remplaza esos pensamientos por otros más racionales y flexibles.
  •      Ante los problemas y situaciones que te producen ira, intenta elaborar un plan de acción en el que cuentes con varias alternativas diferentes de solución, así te centrarás en las acciones concretas que te permitan encarar la situación; en vez de quedarte solo en la queja y el enfado.
  •   Cuando estés en un estado de rabia, no digas lo primero que te viene a la cabeza. Piensa cuidadosamente lo que quieres expresar, al mismo tiempo escucha atentamente lo que otra persona te está diciendo y tómate todo el tiempo que necesites antes de responder. Recuerda que un estado emocional intenso se convierte en una barrera para la comunicación.
  •      El humor es una estrategia excelente y sencilla que nos ayuda a aliviar las emociones negativas. Por ejemplo, ante una situación de enfado, intenta recordar algo gracioso o divertido que te haya ocurrido, con lo que hayas reído mucho. Verás como eso te logrará “desconectar” de las emociones negativas.
  •    Regálate un “respiro”, sobre todo cuando tu enfado sea causado por situaciones de estrés. Concédete unos minutos al día para apartarte y relajarte sin que nadie te perturbe.
  •       Y sobre todo, déjate en manos de Dios mediante la oración. Surte efecto!!! Te lo aseguro.
Dejar las cosas en manos de Dios.



A menudo, estamos muy dispuestos a caer en la ira, al contrario que el Señor, que es “tardo para la ira y grande en misericordia”, como dice Números 14:18, aun recordándonos que no tendrá, de ningún modo, por inocente al culpable).

 El libro de Proverbios nos recuerda que “El que tarda en airarse es grande de entendimiento, mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad”. ¡Qué difícil es retenerse ante una emoción tan impulsiva como es la ira! ¡Y qué complicado también, por otra parte, no prolongar ese enfado más tiempo del estrictamente necesario! ¿Cuál es ese tiempo prudente, el tiempo justo a partir del cual ya no deberíamos estar permaneciendo en el enfado? Ese tiempo lo marca el que debiéramos tardar en depositar el asunto en manos de Dios, que es quien tiene la potestad de impartir justicia acertadamente y vengar nuestras causas. Jesús, en momentos en que el enfado y la ira hubieran estado plenamente justificados, escogió un camino mucho más difícil, pero más cercano sin duda al carácter de Dios mismo, al que encarnaba. “Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.” (1ª Pedro 2:23) Si en el momento en que detectamos que el enfado surge en nosotros lo depositamos en manos de Dios, quien vela por nuestros intereses más aún que nosotros mismos, probablemente nos acerquemos mucho más a esa idea de “tiempo justo” para el enfado. Imagina el descanso que esto puede traer a nuestras vidas…

El Señor defiende nuestras respectivas causas con una intensidad, cuidado y denuedo que nos resultan casi incomprensibles. Esto sólo lo percibimos cuando tenemos la oportunidad de ver con nuestros ojos como Dios nos resarce, ocupándose de nuestras pequeñas cosas. Y cuando esto ocurre, viene acompañado de una sensación y faceta sobrenatural que difícilmente puede explicarse si no se experimenta. Por decirlo otra forma, cuando es Dios quien nos repone moralmente ante alguna ofensa, la percepción de que es Su mano y no la nuestra es tan clara que parece claramente milagroso. Ningún intento de nuestra parte puede conseguir eso. Más bien suelen venir acompañados de la profunda frustración que trae contemplar que la “pseudo-justicia” que hemos podido conseguir no termina de satisfacer nuestro ego. ¿Podemos captar lo que esto significa? ¡El Dios de todo y en todos, que controla el Universo y todo lo que éste contiene, cuidando de los pequeños detalles de nuestra vida y haciéndonos justicia, según Sus promesas, una justicia perfecta que nos sacia completamente!

Oración

Señor, enséñame a vivir con el descanso que supone dejar que Tú actúes en mi vida.

Permíteme vivir la plenitud de una vida despreocupada por tener que impartir justicia.


Recuérdame en cada momento lo que Tú haces por mí.


Toma Tú el relevo de mis problemas, tanto las que aparentemente puedo manejar, como las que me resultan titánicas. 


Guíame por el camino de Tu Amor para amarte sobre todas las cosas, según tu mandamiento.

Haz que se cumpla en mí tu palabra y pueda ser capaz de amar a los demás como Tú me has amado.

Concédeme ser más a Tu imagen y a la imagen de Cristo, que supo encomendar Su causa a Ti, que juzgas siempre justamente.


Vídeo




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