Pasamos demasiado
tiempo enfadados: con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestra
pareja, con el trabajo, con la vida. Y el enfado es como una batería que se va
cargando, cada vez coloca a las partes en posiciones más enfrentadas y hace
nuestros esfuerzos más ineficaces.
El enfado supone una negación de la realidad, que no nos gusta y que nos
hiere. Y reaccionamos con rabia
y con agresividad (si podemos, hacia fuera, y si no podemos
exteriorizarla, hacia dentro). En cualquier caso, siempre que nos enfadamos, algo se altera dentro y reaccionamos atacando, en una actitud de defensa. El problema
es que esa supuesta defensa, contra quien primero arremete es contra nosotros
mismos, ya que se trata de una emoción con incidencia directa en nuestro estado
físico y mental.
Nos enfadamos
contra lo que no aceptamos, según el nivel de
nuestras exigencias y nuestras expectativas. La frecuencia de nuestros
enfados nos proporcionan una pista clara de nuestra capacidad de tolerancia
y aceptación; asimismo, el objetivo de nuestros enfados identifica cuáles
son las personas y situaciones en las que deseamos ejercer un mayor control.
El enfado va asociado a la autocompasión, la victimización y una idea de injusticia contra
la que nos rebelamos.
Lo primero que tenemos que plantearnos es
detectar las personas o situaciones con
las que nos alteramos con más frecuencia.
Si la respuesta es "TODO" (el tráfico, el
colegio de nuestros hijos, las manías de nuestra pareja, el carácter de
nuestros hijos, el equipo de fútbol contrario, las "traiciones" de
nuestros amigos o los recortes del gobierno), significará que necesitamos una
buena dosis de reflexión y, probablemente, cierta ayuda externa (apoyo espiritual, libros
de filosofía o auto-ayuda, técnicas de relajación o reuniones de matrimonios...)
que nos posibiliten una perspectiva más abierta y nos aporten una buena dosis
de amor para mirar y
relacionarnos con el mundo que nos rodea.
Otra pista clara que nos presenta la frecuencia e
intensidad de nuestros enfados tiene relación con el tamaño de nuestro ego. Cuanto más grande es
nuestro ego, más inflado y gigante, más fácil es que cualquier acontecimiento
lo perturbe. Cualquier movimiento exterior puede tocar nuestra sensible piel en
carne viva. Un gesto de disgusto de alguien es considerado una ofensa (sin pensar
que esa persona puede tener un millón de motivos presentes en su vida, aparte
de nuestra mera presencia); una mirada puede resultar hiriente, todas las
palabras, gestos o actitudes de nuestro entorno pueden entrar en confrontación
con un ego demasiado hinchado al que todo le toca.
Debemos pensar en la importancia de "no tomarnos nada personalmente". Cada
persona vive su vida como una película en la que ella es la protagonista y el
resto son meros figurantes. Cada cual intenta resolver sus miedos, sus
carencias y sus pequeñas miserias lo mejor que puede, y sus reacciones
ante el mundo y ante la vida tienen más que ver con eso (con sus miedos,
frustraciones y, finalmente, con su propia búsqueda) que con nosotros, pobres
figurantes que simplemente pasábamos por ahí.
No somos tan importantes, o tan gigantes, o tan
presentes en la vida de todo el mundo como para que cualquier cosa que digan,
miren, piensen o sientan tenga que ver precisamente con nosotros. Desde el
momento en que comprendemos esto (que cada persona está en su propia búsqueda,
afrontando unos problemas y unas limitaciones concretas en cada momento dado, y
resolviéndolo lo mejor que puede) nos sentiremos menos afectados personalmente
por las opiniones o actitudes ajenas. Y probablemente haremos uso de una paciencia más sincera, y sin
esfuerzo, asentada en la comprensión
y el amor.
"Controlar
el enfado no es lo mismo que reprimirlo. Esto último lo hacemos
cuando ya domina nuestra mente, aunque no lo reconozcamos. Pretendemos no estar
enfadados y controlamos nuestras acciones, pero no el odio propiamente
dicho".
·
Cuando reprimimos los
sentimientos, las emociones o los pensamientos, no dejamos de sentirlos. Una amiga nos dice algo que nos
molesta profundamente y callamos para evitar el conflicto. Reprimimos un
impulso que podría conducirnos a una situación de conflicto que no deseamos,
pero no lo controlamos, porque el sentimiento está ahí (nos molesta), y
probablemente siga estando con más fuerza, calentándose como una olla a vapor
conforme surgen reiteradamente situaciones similares que nos dolerán cada vez
más y más, hasta que llega el momento del estallido. Momento que siempre llega,
ya sea hacia fuera (con toda la larga lista de resentimientos archivados) o
hacia dentro (con dolores de cabeza, insomnio, gastritis y alteraciones varias
de la salud).
·
Cuando controlamos las
situaciones, no existe represión ni dolor alguno. Podemos callar o podemos
responder ante el supuesto "ataque" de nuestra amiga, pero no hay
molestia ni dolor si simplemente comprendemos y aceptamos. Si no sentimos la
herida, probablemente lo que digamos, con amor, no será hiriente. En ese
momento en que realmente controlamos nuestra mente (nuestros pensamientos,
nuestras emociones) no experimentamos dolor, y por lo tanto no hay nada que
reprimir. Y consecuentemente, no hay motivo para el enfado.
El arte de "pensar mejor para vivir mejor" consiste en el arte de
controlar nuestro pensamiento (y por consiguiente nuestras emociones) sin
olvidar en ningún momento nuestro objetivo prioritario (ser felices, nuestra
paz interior). Con la práctica acaba convirtiéndose en una actitud espontánea y
sin esfuerzo. Y ya no hay nada que controlar. Ni mucho menos reprimir.
"Nuestra tarea en la vida es aprender a amar
y para ello, debemos aprender primero a comprender y aceptar". No
puedes amar al que tienes al lado, si no le comprendes y le aceptas, con lo
bueno y lo malo.
El enfado es uno de los engaños más comunes y
destructivos que nos afecta casi todos los días. Nos solemos enfadar cuándo no
conseguimos lo que queremos o cuando nos tenemos que enfrentar con lo que no
nos gusta. Existen innumerables situaciones en las que podemos enfadarnos con
facilidad y las consecuencias
son obvias: cuando nos enfadamos perdemos nuestra paz interior y felicidad y
nos sentimos incómodos e inquietos, aumenta nuestro malestar, no
podemos controlar nuestras emociones y se obstaculiza nuestro progreso
espiritual. Perdemos el sentido común y no somos razonables. Incluso dañamos
a quienes queremos ya sea física o verbalmente, con el deterioro que ello
conlleva en nuestras relaciones.
- Recordando las consecuencias de enfadarse.
- Estando firmemente determinados a no enfadarnos.
- No culpar a las circunstancias externas o a los demás. de lo que nos afecta
- Aceptando a los demás tal y como son, sin juzgarlos, con lo que mejoraremos nuestras relaciones y controlaremos nuestras actitudes de enfado y crítica.
- Recordando todo lo bueno de los demás y superar la envidia.
- Teniendo paciencia que no resignación.
- Controlar el enfado no es reprimirlo.
- Expresa tus sentimientos de enfado de una forma asertiva, esto significa que puedas dejar en claro, respetuosamente y sin herir a los demás, qué es lo que te hace enfadar, cuáles son tus necesidades y qué conductas esperas de las personas de tu entorno.
- Emplea métodos breves y sencillos para relajarte en el momento, como respirar profundamente, imaginar durante varios minutos escenas agradables y tranquilizadoras.
- Evita hacer generalizaciones o razonamientos determinantes del tipo “todo o nada”. Cuando estamos enfadados, este tipo de pensamientos pueden hacernos ver la situación, peor de lo que es. Remplaza esos pensamientos por otros más racionales y flexibles.
- Ante los problemas y situaciones que te producen ira, intenta elaborar un plan de acción en el que cuentes con varias alternativas diferentes de solución, así te centrarás en las acciones concretas que te permitan encarar la situación; en vez de quedarte solo en la queja y el enfado.
- Cuando estés en un estado de rabia, no digas lo primero que te viene a la cabeza. Piensa cuidadosamente lo que quieres expresar, al mismo tiempo escucha atentamente lo que otra persona te está diciendo y tómate todo el tiempo que necesites antes de responder. Recuerda que un estado emocional intenso se convierte en una barrera para la comunicación.
- El humor es una estrategia excelente y sencilla que nos ayuda a aliviar las emociones negativas. Por ejemplo, ante una situación de enfado, intenta recordar algo gracioso o divertido que te haya ocurrido, con lo que hayas reído mucho. Verás como eso te logrará “desconectar” de las emociones negativas.
- Regálate un “respiro”, sobre todo cuando tu enfado sea causado por situaciones de estrés. Concédete unos minutos al día para apartarte y relajarte sin que nadie te perturbe.
- Y sobre todo, déjate en manos de Dios mediante la oración. Surte efecto!!! Te lo aseguro.
Dejar las cosas en manos de Dios.
A menudo, estamos muy dispuestos a caer en la ira, al contrario que el Señor,
que es “tardo para la ira y grande en misericordia”, como dice Números 14:18,
aun recordándonos que no tendrá, de ningún modo, por inocente al culpable).
El libro de Proverbios nos
recuerda que “El que tarda en airarse es grande de entendimiento, mas el que es
impaciente de espíritu enaltece la necedad”. ¡Qué difícil es retenerse ante una
emoción tan impulsiva como es la ira! ¡Y qué complicado también, por otra
parte, no prolongar ese enfado más tiempo del estrictamente necesario! ¿Cuál es
ese tiempo prudente, el tiempo justo a partir del cual ya no deberíamos estar
permaneciendo en el enfado? Ese tiempo lo marca el que debiéramos tardar en depositar el asunto en manos de Dios,
que es quien tiene la potestad de impartir justicia acertadamente y vengar
nuestras causas. Jesús, en momentos en que el enfado y la ira hubieran estado
plenamente justificados, escogió un camino mucho más difícil, pero más cercano
sin duda al carácter de Dios mismo, al que encarnaba. “Cuando le maldecían, no
respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la
causa al que juzga justamente.” (1ª Pedro 2:23) Si en el momento en que
detectamos que el enfado surge en nosotros lo depositamos en manos de Dios,
quien vela por nuestros intereses más aún que nosotros mismos, probablemente
nos acerquemos mucho más a esa idea de “tiempo justo” para el enfado. Imagina
el descanso que esto puede traer a nuestras vidas…
El Señor defiende nuestras respectivas causas con una intensidad, cuidado y denuedo que nos
resultan casi incomprensibles. Esto sólo lo percibimos cuando tenemos la
oportunidad de ver con nuestros ojos como Dios nos resarce, ocupándose de
nuestras pequeñas cosas. Y cuando esto ocurre, viene acompañado de una
sensación y faceta sobrenatural que difícilmente puede explicarse si no se
experimenta. Por decirlo otra forma, cuando es Dios quien nos repone moralmente
ante alguna ofensa, la percepción de que es Su mano y no la nuestra es tan
clara que parece claramente milagroso. Ningún intento de nuestra parte puede
conseguir eso. Más bien suelen venir acompañados de la profunda frustración que
trae contemplar que la “pseudo-justicia” que hemos podido conseguir no termina
de satisfacer nuestro ego. ¿Podemos captar lo que esto significa? ¡El Dios de
todo y en todos, que controla el Universo y todo lo que éste contiene, cuidando
de los pequeños detalles de nuestra vida y haciéndonos justicia, según Sus
promesas, una justicia perfecta que nos sacia completamente!
Oración
Señor, enséñame a vivir
con el descanso que supone dejar que Tú actúes en mi vida.
Permíteme vivir la plenitud de una vida despreocupada por tener que impartir
justicia.
Recuérdame en cada momento lo que Tú haces por mí.
Toma Tú el relevo de mis problemas, tanto las que aparentemente puedo manejar,
como las que me resultan titánicas.
Guíame por el camino de Tu Amor para amarte sobre todas las cosas, según tu mandamiento.
Haz que se cumpla en
mí tu palabra y pueda ser capaz de amar a los demás como Tú me has amado.
Concédeme ser más a Tu imagen y a la imagen de Cristo, que supo encomendar Su
causa a Ti, que juzgas siempre justamente.
Vídeo
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