España es el país con mayor y más preocupante desigualdad social de la euro-zona y se ha convertido, por primera vez, en el país de los Veintisiete, con mayor distancia entre las rentas altas y las bajas: parados, familias rotas, excluidos sociales, vagabundos, pobres, hambrientos, desahuciados, enfermos, son algunas de grandes consecuencias que nos ha dejado la crisis de la economía de mercado en nuestro país.
Una economía de mercado, basada en la desigualdad, en la supremacía del más fuerte, cuyo fin es la maximización de beneficios a cualquier coste y cuyos medios son la ausencia de principios y valores éticos. En definitiva, la codicia.
Sin embargo, otra economía es posible: la social, basada en la justicia, en la ayuda al necesitado, cuyo objetivo son las personas y cuyos medios son la solidaridad y la fraternidad. En definitiva, el amor.
Para atender estas desigualdades y hallar soluciones eficientes, la labor social que ejerce la Iglesia ofrece una respuesta poco conocida, silenciosa, por voluntad propia y amor altruista a los más débiles, y que mantiene los cimientos de esta sociedad resquebrajada: desde movilizar grupos de voluntarios en el entorno parroquial, dispuestos a dedicar tiempo, recursos y conocimientos gratuitamente (reparto de ropa, alimentos, atención a mayores...), hasta grandes instituciones, como Cáritas, que presta anualmente asistencia a cerca de dos millones de personas en España.
En total, existen en nuestro país, España, más de 5.000 centros donde se atiende a más de 4 millones de personas.
Este voluntariado, además de ofrecer una acción eficaz, constituye un mensaje sublime en relación a la confianza en las posibilidades del prójimo, por el cual están dispuestos a comprometerse.
La Iglesia focaliza su atención en la dignidad de la persona, con independencia del servicio en sí mismo, allí donde no llegan otros o donde ve necesidades no atendidas.
Y lo realiza desde la proximidad, a pie de calle y no desde los despachos, lo cual brinda una evidente y firme cohesión social: estar al servicio de todos los necesitados y dar una respuesta cuyo objetivo es eliminar la injusticia y la desigualdad.
Y lo realiza desde la proximidad, a pie de calle y no desde los despachos, lo cual brinda una evidente y firme cohesión social: estar al servicio de todos los necesitados y dar una respuesta cuyo objetivo es eliminar la injusticia y la desigualdad.
Muchos pensarán que esta revolución humilde y silenciosa puede atribuirse a su poderío económico, pero la realidad es que, aunque sean grandes que sean los recelos y prejuicios contra la Iglesia católica, su situación económica está lejos de ser boyante.
Lo cierto es que la Iglesia no recibe dinero de los presupuestos generales del Estado para su sostenimiento, son los contribuyentes los que deciden, si parte de sus impuestos se destinan a la Iglesia o no. Las aportaciones de los fieles son su principal fuente de financiación.
Por tanto, la voluntad de cambiar este mundo nada tiene que ver con el dinero, sino que depende de la intención de servir y ayudar.
Otro mundo es posible: tienes a tu disposición 22.700 parroquias en España donde tu ayuda será bienvenida. ¿Te apuntas?
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