Llevo toda la semana dándole vueltas al asunto de moda en este último mes: a quién darle mi voto. A mis cincuenta años, creía tener las cosas más o menos claras, creía saber quién me gusta y quién no. Pero hoy, por primera vez, tengo dudas.
Por un lado, los debates televisivos no me llevan a tomar una posición u otra, más bien me reafirman la decisión de desechar todas.
Por otro, los "miedos" de las dos Españas tampoco han ejercido nunca influencia sobre mi decisión y debieran desaparecer del panorama político de una vez por todas.
Los votos de castigo o en blanco siempre me han parecido ridículos e inútiles pues requerirían un consenso y una cierta intención generalizada, aunque es cierto que una cierta cantidad de votos en blanco implica que los concurrentes necesitan más votos para conseguir escaños.
Y la abstención, es decir, no ir a votar, ni tiene sentido ni afecta apenas a los resultados.
Por otro lado, estoy convencido de que asistimos al fin del bipartidismo. Creo, honestamente que no sólo es bueno para España sino algo necesario. Muchos estamos hartos de él, de vernos manipulados y abocados al odioso "voto útil", tanto de un lado como del otro. Ello ha generado que el porcentaje de indecisos que reconoce el CIS (3 de diciembre) sea del 41,6%, cifra que, sin duda, puede voltear el signo de la consulta.
Incluido en ese porcentaje, he tratado de meditar, reflexionar en conciencia y hasta de rellenar un par de test de afinidad. El corazón me lleva en una dirección pero...¿Debo votar con la cabeza o con el corazón? ¿ ¿A quién votar o por qué no hacerlo? La pregunta transforma el 20-D en un escenario imprevisible, con una presupuesta alta participación y la incorporación al censo de 1,5 millones de nuevos electores.
¿Por qué SÍ?
Por la recuperación económica, el incremento del empleo y la estabilidad política que supondría la re-confirmación de Mariano Rajoy en la Moncloa.
La resurrección de la macro-economía. El PP heredó un país en situación crítica —desempleo, prima de riesgo, déficit, rescate al acecho— y lo devuelve aseado, razón por la cual justificaría una prórroga de cuatro años en una inercia de crecimiento.
¿Por qué NO?
Las estadísticas conviven con una fractura social. Salirse, se ha salido de la crisis, la cuestión es cómo, quiénes y cuánto, sin olvidar que el presidente del Gobierno ha protagonizado un liderazgo de rodillo y de crispación.
Ha gestionado con negligencia y pasividad la crisis catalana y ha sido implacable con los recortes. No sólo en Sanidad. La política en Educación y en Cultura con la subida del IVA del 8 al 21% junto al alza de IRPF y otros impuestos. Y, fundamentalmente por la sombra de la corrupción.
Quizás...pero con muchas dudas.
¿Por qué SÍ?
Pedro Sánchez representa un relevo generacional en un partido histórico con las credenciales de un político honesto, elegido plebiscitariamente en unas primarias y abnegado en demostrar que el PSOE es la única alternativa real al recambio del PP.
Es la razón por la que apela al voto útil, insistiendo en un programa que antepone la sensibilidad social y la defensa de lo público.
¿Por qué NO?
No veo a Pedro Sánchez con altura de estadista para un tiempo de crisis institucional, política, económica, social y de emergencias terroristas. El líder socialista no ha logrado suficiente cohesión en su propio partido ni ha podido contener el surgimiento de una fuerza política de izquierdas, Podemos, cuya expectativa de voto amenaza con situar al PSOE en la peor posición de su historia.
No me convence, más por los errores del pasado socialista que por sus propuestas.
¿Por qué SÍ?
Albert Rivera es el candidato robot ideal. Joven, pulcro, barcelonés y españolista, artífice de un partido a su imagen y semejanza que representa el cambio tranquilo, custodia la Constitución y emula la astucia de Suárez en los tiempos de la “primera” transición.
Se trata un político más experto de lo que demuestra su edad, honesto y "con ganas" de cambiar las cosas, mimado por los medios y, según el tópico, bendecido por el Ibex.
¿Por qué NO?
La ambigüedad de la bisagra es la gran duda de Ciudadanos en un partido que está especulando con sus apoyos en los gobiernos de Madrid (PP) y Andalucía (PSOE).
Demasiado progre para los conservadores, demasiado conservador para los progres, Rivera ha encontrado en el centro su sitio y sus dudas. Se le percibe como un liberal encubierto y se resiente su imagen de las posiciones en las políticas de género y de inmigración.
No...por falta de experiencia, pero quizás, merecedor de una oportunidad.
¿Por qué SÍ?
La formación de Pablo Iglesias ha tenido un efecto catártico. Ha puesto en jaque el sistema con sus exigencias éticas, políticas y de transparencia. Ha sido un revulsivo en la izquierda y ha dotado de cuerpo y de programa el movimiento del 15-M. Las mareas han favorecido la inercia y han conquistado las plazas de Madrid y Barcelona, prefigurando una experiencia de gobierno con ambiciones nacionales.
¿Por qué NO?
Pablo Iglesias es el líder de un partido mutante. Tanto, que la ambición electoral ha rectificado la adhesión al chavismo, el anti-capitalismo y el anti-atlantismo, dando forma así a un partido socialdemócrata que mudó conceptualmente de Suecia a Grecia cuando Tsipras fue llamado al orden por Angela Merkel. El problema de Podemos es el salto de la oportunidad al oportunismo, de la popularidad al populismo.
Definitivamente no, porque no genera confianza.
¿Por qué SÍ?
Alberto Garzón tiene la virtud de la coherencia. Por eso rechazó la invitación de Podemos y erigirse en el rostro joven de un partido viejo reivindicando una ideología pacifista, anti-capitalista y euro-escéptica que otorga al Estado super-poderes y que eleva los impuestos a las clases pudientes en la doctrina de la redistribución de la riqueza. Quien vota a Garzón sabe por qué lo hace.
¿Por qué NO?
IU es una formación en situación agónica y fagocitada por Podemos que va a perder el rango de grupo parlamentario —el CIS le estima un 3,6% de voto— y que plantea un programa voluntarista y anacrónico.
No, por falta de representatividad real.
Fuentes:
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